Hola amigos, ¡qué jodida es la crisis!… es tan jodida que no nos podemos parar a pensar en las cosas importantes de la vida… por ejemplo, (…), ¿cómo que (…)? pues sí (…)
Esta semana ha sido tan jodida que no he podido pensar en las cosas importantes de la vida, sí que he oído y leído varias veces una sabia frase: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Y me ha quedado ahí el run run.
No tengo ni idea de quien la pronunció por primera vez, pero últimamente la he visto junto a la foto de Paulo Coelho, de Bob Marley fumándose un canuto y antes y después de fumárselo, de Ghandi, solo y con Lucas, de Melendi, con y sin alisado japonés, junto a una foto de Julio Iglesias y rematada (la frase) por un ¡y lo sabes!. E incluso junto a una foto de Paquirrín, con y sin Belén Esteban, que decía: “Qué bonito tiene que ser saber escribir para poner: Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”… yo, con mi sagacidad habitual, deduzco que es de otro.
Y dice Otroyó, coño Alfonsas, igual podías dejar aquí escrita una vivencia tuya que sirva para que algún joven reflexione, aprenda de ello, llegue a ser un hombre de provecho y no se repita tu historia… al lío.
Hubo un tiempo en que yo prestaba mis conocimientos y garbosa presencia a cambio de una exigua remuneración en una empresa del sector automovilístico, un taller, donde viví algunas experiencias interesantes.
Cierto día se presentó un abuelete a cambiar el aceite al coche, un hombre afable, que venía de vez en cuando y se echaba una parlada conmigo, a veces se extendía y me jodía el trabajo de toda la tarde… era un hombre educado, muy grande, de los de gabardina y boina en invierno, guayabera y mariconera en verano, enormes dedos de uñas amarillentas por fumar desde los doce años y, sólo en invierno, ese característico olor a viejuno que todos llegaremos a tener, especialmente si después de pillarnos una tormenta tropical en un descampado llegamos a casa chorreando (agua) y nos encerramos en un armario en posición fetal y salimos a los tres meses… en verano, sin embargo, olía a Varón Dandy y Bisontes (cigarrillos, aclaro).
– Alfonsas, ¿te importa que me siente aquí en lo que tus compañeros acaban?
– Sin problema, por mí encantado, yo voy a seguir trabajando que tenemos un lío tremendo…
El tío se sienta frente a mí, al otro lado de la mesa y yo me acoplo tras la pantalla del ordenador, la cabeza gacha y sin dejar entrever siquiera que quería conversación…
Unas cuantas toses, tres o cuatro carraspeos y un par de “pues sí, pues sí…” después, oigo como el hombre se revuelve en la silla y empiezo a escuchar un “clac-clac” rítmico, suspiros y pequeños, pero violentos, golpes contra la parte trasera de la pantalla del ordenador… yo a lo mío, “clac-clac”, “clac-clac”, más golpes en el monitor, me asomo un poco, “clac-clac”, ahora los golpes eran contra los cristales de mis gafas, “clac-clac”, “clac-clac”, me asomo otro poco, ahora los golpecitos eran también contra mi cara, lacerada por pequeñas y afiladísimas astillas… diminutos hilos de sangre bajaban por mi barbilla…
– ¡¿Pero qué coño haces, viejo de los cojones?!
– Pues qué voy a hacer, majete, arreglarme un poco las uñas…
Y sí amigos, el prenda se había repantigado en la silla, como veía que no había manera de sacarme conversación, sacó un mítico cortaúñas-llavero con la imagen de Nuestra Señora del Pilar de las que brillan en la oscuridad y se lió a hacersse la manicura francesa en aquellas uñotas amarillas.
– ¿Y qué enseñanzas van a sacar de esto los jóvenes, Alfonsas?, cuestiona Otroyó.
– Pues muchas cosas Otroyó… que la curiosidad mata al gato, que no hay que encerrarse en un armario en posición fetal después de que te sorprenda una tormenta, que los cachitos de uña lanzados por un cortaúñas dejan las gafas como si hubieses cortado ferralla con una radial sobre ellas y que la barba disimula de puta madre las heridas inciso-contusas provocadas por restos queratinosos procedentes de dedos de clientes aburridos… ¿cómo se que queda el cuerpo?
Buen fin de semana, amigos… que la fuerza os acompañe.

Photo Credit: Kristina Alexanderson