Chucha, la pequeña Viuda Rosa.

Y siguendo con las colaboraciones de mis amigos “de Grecia, de Pucela, del Infinito y de más allá”  hoy se une a mi blog un fenómeno, el autor de Chucha y sus cosas… mi compañero y amigo… (redoble de tambores)… Chuchi…  ¡¡genial!!

Hola a todos, yo soy Chucha, compañera de trabajo del señor Satanopoulas, mi verdadera identidad es Jesús, Chuchy para los amigos pero todo el mundo me llama Chucha, hasta mi madre me llama así, vosotros no vais a ser menos así que también podéis llamarme Chucha.

El señor Satanopoulas me ha dejado escribir algo en su blog y así formar parte de esa sección nueva de colaboraciones junto a la señora Satanopoulas, rubia de bote no, tonta de bote.

¿Conocéis la serie Dexter? Va de un forense (Dexter) especializado en salpicaduras de sangre en el departamento de policía de Miami, pero también es un psicópata que busca criminales y les mata para saciar su moral, es un asesino en serie. Es muchas cosas más pero para eso está la serie, para verla y enterarse de todo, mientras tanto yo estoy aquí para contaros una anécdota de mi infancia.

Como todos sabéis de pequeños nos enfadamos por muchos motivos, porque perdemos algún juguete, nos pegamos con nuestros hermanos/as, nos riñe nuestra madre, etc… pues bien, en uno de esos enfados míos de pequeño por motivo de que mi madre me riñó mucho, me pillé un chine impresionante, tanto que por un rato me convertí en el pequeño Dexter, el Mata Hari de Ferrocarril me llamaban, la pequeña viuda rosa (rosa porque soy mariquita y el negro me hace muy delgado), el mantis reliRosa…

Vosotros pensaréis que a donde va todo esto, pues muy sencillo.

Era una mañana cualquiera de un día cualquiera de un mes cualquiera (es que no recuerdo el día), yo estaba en casa jugando como cualquier niño de mi edad, 7 años tenía, mi hermana tenía una muñeca chochona de esas estilo muñeco diabólico que por la noche hacía que me cagase de miedo porque le brillaban los ojos y en esa época me asustaba por todo, en una de esas noches me cansé de estar asustado y decidí a la mañana siguiente coger la muñeca de mi hermana y tirarla por la ventana al patio de una casa abandonada que teníamos enfrente de nuestra galería trasera.

Al día siguiente, es decir, la mañana donde empieza mi historia como pequeño asesino masas, mi hermana echó en falta a la muñeca y yo muy sincero le dije que la había tirado al patio de enfrente.

Mi hermana se pilló tal llorera por quedarse sin muñeca que se lo dijo a mi madre y me cayó tal somanta de palos que pa’qué.

En esa época no te castigaban en tu cuarto sin ver la tele o sin comer, te daban de leches y aprendías la lección, pues bien, mientras mi madre estaba haciendo la comida estuve pensando como vengarme de mi hermana y de mi madre (la venganza es mejor hacerla en caliente) en esto que aproveché que mi madre estaba en el salón y decidí hacer algo en la comida, así mataba muchos pájaros de un tiro, ese día pagarían justos por pecadores.

El menú de ese día era sopa de ave con fideos finos de primero y pechugas de pollo empanadas de segundo.

Frente a mi tenía un armario pequeño el cual abrí y lo primero que pille fue lo que eché en la sopa, medio bote de a saber lo que era, ni siquiera lo miré, cogí y lo eché.

Cuando estábamos todos sentados en la mesa mi madre nos sirvió la sopa a todos y empezaron a comer.

Todos comían menos yo, mi madre me decía que comiese y yo me negaba, de repente ella dijo:

Mamá: Qué rara sabe la sopa esta, no sé.

A mí me entró la risa, pues sabía que les había envenenado o al menos eso creía, al reírme ella me preguntó:

Mamá: ¿De qué te ríes? deja de hacer el idiota y ponte a comer, no me hagas darte otra bofetada.

Yo: Me da igual, no voy a comer.

En esto que según les veía comer a todos ellos empecé a pensar en alto y solté sin darme cuenta:

Yo: Comed, comed, que os vais a morir todos.

Mi madre dejó de comer al momento, me preguntó que por qué decía eso y al no confesar se puso histérica y me obligó a decir que es lo que había echado en la sopa, la llevé al mueble donde había cogido el «veneno» que les mataría y tuvieron la suerte de que lo que les eché fue Bicarbonato y no veneno como yo pensaba, de todos modos no se qué madre en su sano juicio tendría veneno guardado en casa.

Esta historia se me olvidó pero en estas navidades mi hermano me la recordó y decidí compartirla con vosotros para que no os fiéis de vuestros hijos (es broma).

Mi historia como asesino por suerte duró poco y se quedó en un intento fallido por acabar con toda mi familia, ahora de mayor no quiero matar a nadie, me conformo con echar maldiciones así que…

Maldición Gitana… Pa’ti

Photo Credit: Charles Rodstrom

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